(Fátima Llorente, en el centro de la foto, junto a su hermana y una amiga)
Soy Fátima Llorente De Santiago, tengo 21 años y soy estudiante de 4º curso de Economía y Estudios Internacionales en la Universidad Carlos III de Madrid. Actualmente compatibilizo mis estudios con una beca de prácticas en la Fundación Promoción Social.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de viajar a Valencia para colaborar unos días como voluntaria en Paiporta, una de las zonas más afectadas por la riada provocada por la DANA del pasado 29 de octubre. Para ir a Valencia, realmente no viví un proceso de decisión como tal, simplemente aproveché la oportunidad cuando se presentó. Mi hermana Rocío, de 25 años, había organizado con un amigo suyo, Álvaro, ir en coche a Paiporta, ya que se necesitaba mucha ayuda. Enseguida consiguieron el contacto del párroco de San Ramon Nonato (Paiporta) y organizaron el viaje con él. En cuanto mi hermana me invitó, no dude en unirme a ellos. Fuimos cuatro: mi hermana Rocío, Álvaro, su amiga Inma y yo.
Nos pusimos rumbo a Valencia un jueves 7 de noviembre a las 4:00 de la mañana, no sin antes sufrir un pequeño contratiempo, pues una vez el coche cargado y puesto en marcha… ¡se nos rompió! Tuvimos que hacer un cambio de planes repentino, sin que aquello nos impidiese el viaje. Volvimos a Madrid el viernes por la tarde, tras pasar allí dos días como voluntarios.
Conforme nos íbamos acercando a Paiporta, el paisaje típico valenciano iba cambiando. En vez de fijarnos en el sol brillante del cielo, o en los cultivos que rodean la carretera; nuestros ojos no podían sino detenerse en todos los coches destrozados que iban apareciendo por el camino (ya en los laterales de las carreteras). Incluso, si observábamos las plantas y los árboles pausadamente, nos dábamos cuenta de que había algunos que estaban rotos, o que tenían restos de plásticos, metales y otro tipo de residuos.
La entrada a Paiporta fue devastadora. Era muy impactante pasear por esas calles, ver todo tan destrozado, tantas casas, tantos negocios, tantas vidas… nos daba la impresión de estar en un país en vías de desarrollo, porque ya no parecía España. Veíamos el sufrimiento desgarrador en los rostros de las personas y sentíamos impotencia al querer “salvarles”, ya que éramos muy conscientes de que nosotros solos no podíamos.
Nada más llegar, nos dirigimos a la parroquia de San Ramón Nonato, convertida en una base de operaciones y almacén que abastecía prácticamente a todo el pueblo, y nos pusimos a su servicio, a lo que nos mandasen. Nuestra labor allí consistió en ayudar a descargar y organizar toda la comida/productos que tenían y seguían llegando a la parroquia, fruto de las donaciones de tantísima gente. Además, teníamos que ir a diferentes casas de vecinos de Paiporta con palas y capazos para, poco a poco, ir sacando el barro, el lodo, el agua y todas las cosas destrozadas de sus hogares. También para hablar, acompañar y escuchar. Que nos contasen y compartieran todo su dolor y sufrimiento, para nosotros, intentar reconfortarles, aunque fuese con un simple abrazo.
La primera casa en la que estuvimos fue la de Carmen. Su casa estaba en una calle llena de lodo, prácticamente hasta las rodillas, y con una montaña de muebles en medio, por lo que se identificaba fácilmente que todavía su calle no la habían terminado de trabajar. Al preguntarle si necesitaba ayuda, con los ojos llenos de lágrimas, nos respondió que sí, que si teníamos tiempo le encantaría que pudiésemos ayudarla. Nos dedicamos a limpiar sus puertas y ventanas, a tratar de “reconstruir” la “vida” de Carmen, por fuera pero también por dentro. Sin conocernos de nada, volvió a romper a llorar y nos confesó que no podía más, que esta situación le estaba superando… de alguna manera tratamos de animarla, de contarle que estábamos ahí, junto con miles de voluntarios, por ellos, para ayudarles. Ella, a la vez, no dejaba de repetirnos lo afortunada que había sido: su vecino de la casa de al lado falleció el día de la DANA, aquel horrible martes. Se trataba de un matrimonio de edad avanzada. El marido estaba postrado en la cama con una movilidad muy reducida. Ellos no tuvieron la suerte de poder salir de su casa, y el hombre tampoco fue capaz de subirse a un armario, como sí pudo su mujer… Carmen nos contaba entre lágrimas cómo oyeron los gritos de auxilio de la anciana mujer. No pudieron hacer nada hasta que acabó la riada… siendo ya demasiado tarde.
También estuvimos en la casa de Javi, un hombre que vive con su mujer y su niño pequeño. Ellos tenían la planta baja y el sótano destrozados. Nunca había visto tantísimo barro. Estuvimos 20 personas (nosotros 4 más un grupo de policías voluntarios de Barcelona que nos encontramos en la calle) más de 3 horas haciendo cadena para tratar de sacar todo el lodo.-. Ya no sabíamos que nos dolía más, si la espalda, las piernas, los brazos, o el hogar de esta familia tan hecho añicos. Sacamos los juguetes de su hijo rotos y llenos de lodo.
Me encantaría volver a Valencia. Creo firmemente que es necesario. Como nos dijo un vecino que conocimos en una de las calles de Paiporta, necesitan a los voluntarios. No solo por su trabajo, sus herramientas o por sus aportaciones económicas, sino que también por la energía nueva que traen, por su alegría y por la necesidad que tienen de no sentirse abandonados. Incluso en estos momentos tan duros y desgarradores, en las calles de Paiporta se escuchaban las risas entremezcladas con los llantos, había abrazos y consuelos entre completos desconocidos, que, aunque fuese por un momento, se volvían amigos.
Aparte de la evidente ayuda material y de reconstrucción y limpieza que hace falta en los pueblos que han sufrido el paso de la DANA, para la que, por supuesto, toda mano voluntaria será bienvenida; yo también creo que se sigue necesitando la presencia de los voluntarios por la esperanza y calidez humana que traen, ofreciendo consuelo y recordando a quienes sufren que no están solos.